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Tucumanazo

Por

Jorge B. Lobo Aragón

TUCUMANAZO

EL 9 DE JULIO

 

UNA MIRADA  A LA COMPRENSIÓN Y EL DIALOGO.

 

OPINIÓN

 

Después de ponderar la carta de un amigo sobre el 9 de julio en mi provincia –Tucumán -, en donde los festejos por el bicentenario de la Independencia Argentina fueron estupendos por la vivaz y entusiasta  concurrencia del pueblo en las calles. Esta vez en paz y concordia. Aglutinado y unidos ancianos, jóvenes y niños nos  embelesamos con nuestros gauchos a caballos, engalanados con sus distintos atuendos, acompañados con el corazón en la mano por numerosos jinetes que venían de varias provincias y regiones bajo el signo de la unidad de todos los ciudadanos. Pueblo y gobierno estuvieron juntos en la celebración de la gesta, hermanados todos por los colores celeste y blanco. Pero tal vez lo que más nos conmovió – hasta las lágrimas -, tanto en el desfile en Tucumán, como en Buenos Aires, fue la presencia de los héroes de Malvinas. Estos paladines de ayer y caballeros de hoy, algunos en muletas con los signos de la guerra desfilaban con emoción contenida por un reconocimiento autentico y genuino de una ciudadanía que disfrutaba esparcidamente de su máxima fiesta patria. Bicentenario inefable que tal vez nuestros bisnietos puedan gozar nuevamente. Por primera vez  no había ómnibus  contratados ni pancartas políticas. La sociedad toda, les reconoció a nuestros soldados su gallardía y bravura y entendió y valoró el supremo sacrificio personal de exponer sus propias vidas y las vidas de sus enemigos por una causa superior. Importaba únicamente el acierto en sus loables propósito de dar la vida para recuperar el territorio nacional y el de emplear la violencia cuando las pacíficas negociaciones han fracasado a lo largo de siglo y medio. No importaba el resultado sino el propósito de estos héroes de que después de más de siglo y medio la hermanita perdida vuelva a casa. Acaso ¿no es el mayor logro al que puedan aspirar los que tienen a su cargo la defensa de la nación? La emoción de nuestros combatientes que expusieron sus vidas no tenía límites. Toda esta vivencia  me hacía recordar también a un hecho memorable ocurrido en julio de 1955. Era presidente el general Juan Domingo Perón. A lo largo de nueve años venían enfrentándose descamisados y contreras. Tres años antes el general Menéndez, con el apoyo de Alejandro Lanusse, que luego también llegaría a general, había tratado de hacerle una revolución. Una quincena atrás la aviación de la Marina fracasaba -por presentarse muy nublado aquel 16 de junio- en su intento de bombardear la Casa Rosada. Los bandos se enfrentaban con saña. La oposición quería exponer los motivos de sus disconformidades y el gobierno con rigor se lo impedía, convencido de que sus contundentes mayorías electorales lo autorizaban a aplicar su voluntad sin ninguna crítica. Una oposición empeñada en objetar y un gobierno empeñado en no oírla. Pero aquel 5 de julio, aún no secados los llantos por las víctimas de la metralla de unos días antes, las radios en cadena difundieron a la nación la voz del presidente. Reconocía su error. Había venido gobernando como jefe del partido triunfante en lugar de hacerlo como presidente de todos los argentinos. Y al reconocer su error, prometía enmendarlo. Se permitiría que los opositores accedieran a la prensa para difundir su pensamiento. Así fue que unos días después Arturo Frondizi, Alfredo Palacios, Vicente Solano Lima, pudieron explicar, en forma mesurada, correcta, prudente, con la gravedad que las circunstancias requerían, cuáles eran sus discrepancias con la política oficial. El presidente permitía que el pueblo oyera a la oposición. No  deseo  entrar a analizar si ese propósito era sincero o no. Ni si cuanto tiempo duró. Tampoco las circunstancias. Eso es harina de otro costal. Lo memorable, lo perdurable, lo que en este momento merece nuestro miramiento, es la actitud de Perón al reconocer el error de años y llamar a la concordia, al acuerdo, al diálogo. Que esa debiera ser siempre la forma de la política, comparando propuestas, estudiando alternativas, balanceando ventajas e inconvenientes para llegar al común acuerdo en beneficio de la comunidad. El recuerdo de aquel discurso de Perón debe convencernos de lo impropio que es doblegar con la fuerza del número a los que piensan distinto en vez de buscar la persuasión. Lo árido de las oposiciones sistemáticas, como si el oponerse a todo fuera una virtud. Este 9 de julio tan especial para todos los argentinos y en momentos aciagos y de transformación, en donde todos necesitamos a los partidos unidos en un frente común sirva como modelo de reflexión y comparación con nuestra gesta  a ese Perón de aquel 5 de julio, que reconocía errores y llamaba a la comprensión y a la concordia.  Serán capaces nuestros políticos.

 

DR. JORGE B. LOBO ARAGÓN

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