Trás bambalinas Septiembre 9, 2015
La Visita de Juan Pablo II a la Argentina, 1982
“EL PIBE” Y “LOS VIEJOS”
En l982, con 37 años de edad, y el grado de Sub Comisario era Jefe de la Brigada de Investigaciones de Mercedes con asiento en la ciudad de Luján, puesto normalmente ocupado por Comisarios Inspectores. Era la segunda Brigada de la que era “el uno” (Jefe) y en las periódicas reuniones de Jefes de Brigada, en la Jefatura (ciudad de La Plata) yo era “el pibe” para los otros, todos “viejos” de 43 a 46 años de edad y por supuesto muchas más vivencias. A 15 cuadras de la dependencia, alquilaba una casa quinta, donde vivía con mi familia. Me hacía tiempo para practicar ciclismo con ellos, teníamos una existencia simple, sana y alegre, conviviendo con numerosas mascotas recogidas de la calle. Sin lugar a dudas, la vida me sonreía tanto en lo profesional como en lo familiar, había logrado todo lo que quería, cuando con 14 años de edad me imaginaba detective.
SUFRIENDO Y MURIENDO EN MALVINAS
Concentrado en cumplir eficientemente con mi labor, ya que por tener 2 grados menos del que correspondía al cargo, no tenia margen para el error, el conflicto por Malvinas era solo noticias y votos de éxito para los soldados que sufrían y morían en el sur de nuestro país. Hoy lamentablemente algunos de los que lucharon allá, y recibieron condecoraciones, están en esta misma prisión.
EL FINAL DE UNA GESTA
El final de la conflagración se vislumbró con la llegada al país de Karol Wojtyla, el Papa Juan Pablo II, el viernes 11 de junio, horas antes de la rendición Argentina y más aún con su paso por Lujan, donde oficiaría una misa y pronunciaría una larga homilía. Esto dio lugar a una serie de lógicos preparativos de seguridad. Así desde el día anterior y durante la noche fueron llegando multitud de fieles, que según las crónicas de la época superaron los 800.000. Si bien el amanecer se presentó frío y lluvioso, el tiempo fue mejorando con el avance de las horas. Muchos hechos de ese día, dado el tiempo transcurrido ya no los recuerdo, si mencionaré algunos que me resultaron inolvidables.
LOS PREPARATIVOS
Con la Brigada, fui asignado a la custodia del sector correspondiente al altar donde el Santo Padre oficiaría la misa y diría sus palabras. O sea que cubriendo la franja del frente de la Basílica que comprendía desde las rejas a los primeros metros del interior de ella, estaríamos varias horas junto a él. Allí aparte del altar armado sobre la escalinata de ingreso, a la izquierda del mismo se ubicaron sacerdotes en general, a la derecha las altas autoridades eclesiásticas e invitados especiales. La vereda quedó para los seminaristas, separados del público por un vallado. Teníamos así amplios sectores de protección humana para el Papa. Nosotros ocupamos el lugar antes de las 8 de la mañana. Se lo selló y pasaron los peritos en explosivos. Luego yo también realicé una última inspección, a pesar de no ser experto como ellos. Recuerdo que se percibía en el aire un fuerte olor a humedad en los ropajes, por efecto de la lluvia sobre los cientos de miles de concurrentes al lugar, las voces de la muchedumbre a medida que pasaban las horas era casi ensordecedor.
LOS SACERDOTES Y “EL VIEJO“.
El ambiente era festivo y aún hoy recuerdo muchas de las conversaciones en tal sentido de los sacerdotes jóvenes, escuchadas mientras caminaba entre ellos. En todas se referían al Papa como “el viejo“. Se daba un paralelismo entre iglesia y policía, nosotros así les decíamos a los Comisarios, cuando éramos oficiales. Si bien estaban fuera de mi área de responsabilidad directa, algo de preocupación nos produjeron los seminaristas ubicados en la vereda. Estando la ciudad colapsada por el gentío, primero fijaron un sector contra la pared con rejas para orinar, esto con las horas hizo que el mismo corriera hacia la calzada donde se formó un gran charco. Segundo, trajeron gran cantidad de cajones con comida. Para evitar conflictos no fue aconsejable requisarlos, pero en prevención de la existencia de armas o explosivos, pusimos un “observador” permanente, sobre la manipulación que hacían de los mismos.
UNA FALLA DE SEGURIDAD
Ese día, una de las fallas en la seguridad producto de una imprevisión de Operaciones, oficina encargada de diagramar el servicio, fue la instalación de los francotiradores en las torres de la basílica. Si bien el lugar era ideal por su dominio y por permitir un ángulo de tiro casi vertical, lo que evitaría heridas a terceros, en caso de tener que disparar, las campanas que ese día tocaron al vuelo y en numerosas oportunidades, impidieron la permanencia de los tiradores allí. Así quedó neutralizada esta importante cobertura de seguridad. Luego fue reubicada en otro lugar menos estratégico.
Leopoldo F. Galtieri y Karol Wojtyla, el Papa Juan Pablo II
“EL GORILA”
Yo no sabía nada de él. Estaba preparado para recibir a custodios profesionales e intercambiar saludos y tarjetas personales con ellos. En su lugar, en las primeras horas de la tarde, desde atrás del altar y fuera de la vista del público vimos la llegada de la comitiva Papal. En ese lugar nos encontramos con PAUL CASIMIR MARCINKUS, dado el tiempo transcurrido no recuerdo si arzobispo u obispo, que formaba parte del cortejo y era custodio del mismo. Su apodo “El Gorila” hacia juego con su personalidad avasallante. El cambió los lógicos saludos protocolares por un imperante - “Quienes son ustedes?” - Al responderle que la custodia - con voz prepotente dijo - “Entonces custodien” - y siguió adelante ingresando a la Basílica. Algunos metros atrás, venia el Papa. No hubo coordinación alguna y tampoco posteriores conversaciones. Todo se improvisó. Él por su lado y nosotros por el nuestro.
MAGNUM 357
Al pasar a mi lado, de costado pude verle a Marcinkus, debajo de la sotana con varios botones desabrochados, más arriba de la faja eclesiástica, la culata de un revólver Magnum 357 que portaba. Este detalle me hizo “ruido“, no unía sacerdocio y armas letales. Luego traté de pensar que esto era lógico y que más allá del hábito, en mas o en menos, todos éramos nada más que simples hombre, con temores y ansias de figuración y poder. Diré que ese mismo año comenzaron para él, diferentes complicaciones de orden legal. Estas fueron desde la quiebra del banco Ambrosiano, a su presunta vinculación con la P2, varios crímenes financieros y la desaparición de la menor Emanuela Orlandi. Desde ya, eso es terreno de entendidos e historiadores.
JUAN PABLO II, EL GRANDE
La presencia de Juan Pablo II, realmente era impactante. Su séquito de 6 a 10 cardenales, arzobispos y obispos, se movía a su alrededor nerviosamente, mientras que su figura fuera de los protocolos de la misa y los saludos, era etérea, y se mantenía al margen de lo que ocurría cerca de él. Pese a la curvatura de su espalda, la tela blanca de muy alta calidad de sus hábitos, sin arrugas caía en pliegues perfectos. Cuando se arrodilló para orar en un reclinatorio colocado en la nave central, cerca de la entrada de la Basílica, me llamó la atención su calzado color negro, acordonado de suela fina y capellada envolvente. Eso óptimamente le achicaba los pies, que parecían los de un niño, eran casi angelicales. En esos momentos éramos muy pocos y se imponía el silencio del interior por sobre el ruido de los helicópteros y el clamor de la gente que nos llegaban apagados del exterior. Afuera era la ebullición terrenal y adentro la paz celestial. Completaban el cuadro, la luz solar que a través de los vitrales bajaban en rayos multicolores hacia el piso, y el aroma a incienso.
UN CURA QUIEBRA LA “MAGIA”
En esos momentos se quebró “la magia”. A través de la sacristía, próxima a la zona del altar se nos coló un sacerdote que vino hacia nosotros corriendo. Sus últimos metros los hizo de rodillas y patinando, llevado por la velocidad que traía. Yo me coloqué en su camino tratando que no se me adelantara MARCINKUS. Todo el sequito papal, no disimulaba en su cara el fastidio por esta irrupción. El pobre cura se olvidó del Papa, nos observó a todos desde su posición y ante tantas miradas de rechazo, sin decir palabras, se levantó, comenzó a retroceder y volvió corriendo por donde había venido. Lo acompañó uno de los hombres de la Brigada, que corría detrás de él. Sin comentarios.
Después de orar, el Papa esperó a unos familiares suyos, sentado en un gran banco con respaldo alto y ornamentaciones, colocado también próximo a la entrada. Estos no llegaron, luego le cambiaron sus atuendos y comenzó la tan anunciada misa.
UNA SIESTA
Al pronunciar su larga homilía y dado mi agotamiento de tantas horas de pié y de tensión, separando las telas que cubrían todo el contorno del altar, me introduje debajo de él y pude sentarme algunos minutos en las mismas escalinatas de entrada a la Basílica. También había cortado la tela al frente y a mi izquierda. De este último lado tenia a la vista a las máximas autoridades eclesiásticas e invitados especiales. Entre ellos el ex presidente Agustín Lanusse a quien había custodiado en 2 oportunidades en Bahía Blanca, unos 10 años antes, siendo presidente. Más atrás había otros militares cuyos nombres no recuerdo. Lo digno de mención fueron los cardenales, arzobispos y obispos sentados en ese sector. Estos mantenían sus ojos cerrados por lo que comencé creyendo que meditaban sobre las palabras del Santo Padre, lo cual no dudo que hacían algunos de ellos, pero resultó que la mayoría solo dormitaban, quizás vencidos por el cansancio de tantas horas de espera. Destaco que lo hacían manteniendo sus cabezas rectas, sin cabecear, de no ser por esta habilidad, supongo adquirida a través del tiempo, al llevar puesta la Mitra, esta seguramente hubiera caído al suelo.
Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920. Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska.
Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005. Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.
ERROR Y AVALANCHA ECLESIÁSTICA NO PREVISTA
Finalizada la misa, el Papa los cardenales y obispos con los que la concelebró, volvieron al interior de la Basílica. Detrás de ellos, vinieron corriendo gran cantidad de sacerdotes que pugnaban por llegar hasta él, varios portando cámaras fotográficas descartables. Ante la emergencia con 4 o 5 efectivos de la Brigada intentamos cerrar las puertas de entrada al lugar, no alcanzando a hacerlo. Así quedó una abertura entre hoja y hoja de unos 2 metros. Nos trabamos brazo con brazo mientras que los hombres de los extremos se aferraban a las puertas, entreabiertas. Así resistimos el embate, de 30 o más clérigos, quedando yo imposibilitado de acompañar la comitiva.
SORPRENDENTE MALDICIÓN
En el cuerpo a cuerpo que teníamos con los sacerdotes que como fanáticos de fútbol, pugnaban por entrar a la fuerza a la Basílica detrás de Juan Pablo II, primeramente tuve la mala idea de decirles a modo de humorada, que si las que empujaban fueran monjas sería más divertido. Un sacerdote de edad avanzada, me dijo - “Esas no sirven para nada” - lo cual no dejó de sorprenderme por su contenido discriminatorio. Un sacerdote cubierto por una túnica blanca se abrió paso hasta la primera línea del grupo, se levantó la falda, para que viera su faja eclesiástica de obispo y me pidió pasar. Ante mi negativa, casi me escupió en la cara - “Ojala te estés muriendo y me llamen a mí para darte la extremaunción” - retirándose furioso del lugar. Desconcertado, solo atiné a felicitarlo por sus palabras.
Mi hoy, será parte de esa maldición?
FINAL
Así seguimos resistiendo hasta poder cerrar finalmente las puertas. Para entonces el Papa y su comitiva luego de quitarse los ornamentos y orar en el presbiterio, se retiró a través de la sacristía, para volver a Buenos Aires. La tensión fue menguando como así la algarabía de los creyentes. Más tarde terminó nuestro cometido al tiempo que la ciudad era abandonada por la gente. Atrás quedaba una larga jornada memorable y agotadora. También gran cantidad de residuos en las calles.
PREGUNTAS SIN RESPUESTA.
En las custodias a personalidades, si bien se porta un arma, primeramente y a cualquier precio se procura cubrir y proteger el objetivo. Uno no se protege, lo cual implica lamentablemente ponerle el cuerpo a las balas, luego se contraataca. Siendo varios los custodios, unos cubren y otros contraatacan. Cada vez que recuerdo el evento Papal, me hago 3 preguntas que por supuesto y por suerte quedaron sin respuesta en el tiempo.
1) Como hubiera actuado Marcinkus frente a un atentado?
2) Si hubiera desenfundado ante las cámaras, de la televisión, como lo habría tomado el mundo católico, viendo a un sacerdote con sus hábitos disparando y dando muerte a alguien, más allá de salvar la vida del Santo Padre?
3) Que hubiera pasado si aparte de abatir al magnicida, por la aglomeración de gente y la potencia del arma que portaba hubiera dado muerte a algún feligrés, hombre, mujer o niño?
Como dije, por suerte mis preguntas quedaron sin respuesta y hoy son solo simples divagaciones. Pasaron los años, los conflictos mundiales fueron cambiando y hoy vemos al Santo Padre custodiado por hombres de la Gendarmería Vaticana, muy bien entrenados y equipados, como realmente debe ser. Pese a ello el Papa Francisco se caracteriza por romper permanentemente los protocolos, anulando la efectividad de sus custodios y seguramente sometiéndolos así a permanente estrés.
Claudio A. Kussman
PrisioneroEnArgentina.com