Socialismo para todos
(Excepto para los Dueños de la Revolución)
No se ofrece nada nuevo al comentar que la situación en Venezuela es grave. Los apagones están causando muertes infantiles en los hospitales donde los generadores de emergencia de energía ya no funcionan; el país está en camino a alcanzar el 700 por ciento de inflación; fuera de las zonas de protestas activas y ciertas escaramuzas en la frontera, la tasa de homicidios en ciudades importantes como Caracas es la más alta del mundo.
En un mundo incendiado esta es una página sangrienta más. En Estados Unidos de América -preocupado por la carrera presidencial- Venezuela (o Argentina, por dar otro ejemplo) son entes lejanos. El resto del mundo es proveedor de noticias que se apagaran en minutos. De todas maneras, el americano promedio (Regular Joe) piensa que Nicolás Maduro es otro de los tantos ogros sin cabeza que circulan en las películas de clase B, en algún perdido canal de televisión, pasada la medianoche. El escritor Frederick Forsyth (El Día del Chacal, Odessa) decía que no podría construir una novela de acción o espionaje basado en un individuo sin complejidades u objetivos. Hitler era un monstruo despiadado, pero tenía una interesante personalidad. Stalin, un asesino serial, pero con un estilo -aunque vulgar- avasallante. Idi Amin era un monstruo, pero un monstruo sin un costado interesante. Esta última definición es aplicada al presidente Maduro por ese “regular Joe” americano.
Los venezolanos residentes en Estados Unidos de América y que aún tienen familia en Venezuela, se hacen de noticias frescas y allí conocen la opinión de quienes están sufriendo a manos de un régimen dictatorial cada vez más potente y paranoico.
En conversaciones con dirigentes -como Carlos Melo- del país de Simón Bolívar, de Andrés Bello, de Luisa Cáceres; dejan saber de su equivocación de haber confiado en un Hugo Chávez que venía de intentar romper la cadena democrática. En ese principio no quisieron ver lo que el Padre de la supuesta Revolución Bolivariana realmente era: Otro poco original orador, dueño del mismo y antiguo discurso populista (toda comparación con la Argentina K, es pura coincidencia)
A punto de graduarse en la Universidad Arturo Michelena (UAM), Arturo B. -nacido en Caracas, pero criado en Carabobo, donde su padre levantó una pequeña carpintería- decidió, junto a sus progenitores, emigrar a Estados Unidos ante la observación de que Chávez comenzaba a perpetuarse en el poder (Cualquier similitud con Cuba, es mera casualidad) En el invierno del 2005 vendieron el aserradero y con unas pocas pertenecías arribaron a Miami para luego establecerse en las inmediaciones de Atlanta, Georgia. Arturo considera que pese a lo crítica de la decisión y el hecho de tener que empezar de cero o reinventarse, fueron muy afortunados. Muchos de sus allegados perdieron sus negocios debido a las masivas expropiaciones ordenadas por quién fuera primer mandatario venezolano desde 1999 hasta el año 2013.
Los oyentes y espectadores de todo el mundo, particularmente en los Estados Unidos, parecen evasivos a poner un rótulo en la crisis de Venezuela. Para Arturo y su familia, es más que cristalino lo que la precipitó. Si bien las circunstancias atenuantes como los precios del petróleo y la sequía sin duda han empeorado la situación, está claro que hay una fuerza más grande detrás de los problemas de Venezuela. La fuerza que impulsa Venezuela a caer hacia un abismo es el socialismo. Ellos han sido involuntarios testigos de las consecuencias del socialismo, advirtiendo las dificultades de amigos y familiares lejanos en Venezuela. Estos han declarado que deben ir a más de cinco mercados diferentes en un día para encontrar pan. Y de hallar este producto, no deben tomarlos de las estanterías y si de las nubes -donde se encuentran los precios-.
En principio, Arturo pensaba que sus amistades parecían poseer un frágil estado mental ya que lloraban al carecer de las necesidades básicas como pasta dental, aspirinas o papel higiénico. Pero finalmente descubrió que solo era el temor de no saber qué es lo próximo que faltará o cuando estas tragedias terminarán.
En el torbellino del caos, hay gente y dirigentes políticos -otra clase de ser humano en la cadena evolutiva- que entienden al socialismo como una avanzada para el bien y la justicia social…en papel. La práctica nos demuestra que esta corriente -en su expresión pura, tanto como el comunismo- nunca se ha ejecutado. En las provincias soviéticas, no hay documentación de que un Lenin, un Stalin, un Brezhnev, un Gorbachov haya permanecido horas aguardando bajo el frío para obtener un rollo de papel sanitario. Fidel Castro, la estrella de marketing Ernesto Guevara o Raúl Castro nunca tuvieron que jinetear (Prostituirse) para poder comprar arroz y frijoles negros. Y definitivamente, Maduro no tiene el menor pudor de retener -y no compartir con el pueblo de la Revolución- ayuda alimenticia que llega desde Colombia. El socialismo opera bajo el supuesto de que un líder aislado -constantemente acechado por el imperialismo- y su legión de burócratas son los mejores jueces para lo que la gente necesita o debe hacer.
El socialismo instaura que los servidores públicos están más capacitados que los trabajadores para decidir cuánto una persona debe ganar, que productos son necesarios y que servicios son adecuados para ellas. El gobierno toma estas decisiones y más, pero sólo después de disfrutar el 99 por ciento de la exquisita torta de chocolate dejando el resto para repartir generosamente entre la mayoría que no tienen conexiones políticas.
“Visto que la muerte es un fin necesario, cuando haya de venir, vendrá” dice Shakespeare. La desigualdad en estos gobiernos es abismal. El derroche tiene un límite y cuando la plata se consume hasta que no hay recursos para redistribuir las migajas de la riqueza.
Extraño el mundo en que vivimos. Estados Unidos exporta “Capitalismo” pero no estoy tan seguro que esto sea así dentro de sus fronteras. Pareciera que muta a “competitividad”. Empresas chinas han desembarcado en ese hipódromo norteamericano llamado Wall Street. Países socialistas escandinavos conviven con monarquías.
Fabian Kussman
PrisioneroEnArgentina.com
El socialismo priva a la elección individual y aplasta la ambición en la búsqueda de una uniforme y arbitraria "igualdad". Y lo hace todo esto en el nombre de "el bien común". Es el precepto del comunismo: “De cada cuál según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. ¿Pero, quién decide esto? ¿Un extenuante estudio de personalidad o un “dedodigitante” detrás de un escritorio, mientras disfruta de ese costoso vino, el cual su conciudadano ni siquiera podrá leer la etiqueta?