LIBERTAD E INDEPENDENCIA.
BICENTENARIO.
TUCUMAN – ARGENTINA.
OPINIÓN:
El 9 de julio de 1816 el Congreso declara nuestra libertad e independencia de los reyes de España, sus sucesores, su metrópoli, y en seguida se agrega “y de toda otra dominación extranjera”. No es que entonces ya fuéramos libres e independientes. Al contrario, se pasaba un momento crítico de la política, con las provincias más ricas y pobladas gobernadas por los realistas, y del resto la mayor parte - el Paraguay, la Banda Oriental, las Misiones y las provincias litorales -, segregadas, apartadas, desobedientes a la autoridad del Congreso. Es decir que los congresales no celebran un triunfo, sino que plantean un duro y difícil objetivo político, tan deseable que se ve como justo, lícito y natural que tras él se derrame la sangre de nuestros soldados. Alcanzar la independencia política y una libertad económica han sido anhelos largamente perseguidos, varias veces entrevistos como próximos, al alcance de un esfuercito más y de un esclarecimiento en el planteo de los problemas. Por otra parte en la actualidad no sólo nos parece imposible lograr esa libertad y la independencia sino que una parte de los argentinos estima preferible renunciar a ellas; renunciar o venderlas, dándolas a cambio de alguna ventajita económica, un plato de lentejas, por ejemplo. De modo que si hoy se planteara, como en 1816, luchar por la libertad y la independencia, el objetivo parecería demasiado lejano, extremadamente difícil, ajeno a las apetencias y los anhelos de los argentinos de hoy, que más bien se interesarían porque el plato de las lentejas no fuera demasiado playo, sino más bien hondo; Nada más. Pero aquel 9 de julio, independientes o no, comenzamos a constituir un Estado, asumimos la seria responsabilidad de organizarlo y de administrarlo. El Estado, en aquellos momentos, tenía aspectos en que era aceptable, que no necesitaban revisión y que no eran motivo para plantear la revolución ni la separación de la metrópoli. La administración de justicia era satisfactoria, en manos de los cabildos y de las audiencias, instituciones prestigiosas que funcionaban en forma solvente. Ese no era argumento para hacer la revolución. Pero hoy, pasados los años, los argentinos no contamos con una administración de justicia que resulte satisfactoria. Pareciera que al organizar un Estado independiente los argentinos hubiéramos fracasado en lo más elemental; que en vez de mantener el buen funcionamiento de instituciones fundamentales, las fuéramos deteriorando cada vez más. Para llegar, en una progresiva decadencia, a una situación caracterizada por la existencia y la actuación de asociaciones y mafias sin provocar violentas reacciones de la ciudadanía. Como si los argentinos nos hubiéramos amansado, aceptando que es inevitable que la sociedad sea manejada por mafias, por el delito, por organizaciones que tienen poder y que son impunes, pues escapan a las sanciones. Frente a ellas la justicia parece carecer de los instrumentos necesarios para investigarlas y para controlarlas. Parece muy desesperada, muy desalentada y pesarosa la situación. Hasta que numerosos hechos de aberrante corrupción, vino a poner en evidencia que los argentinos podemos reaccionar, tenemos energías para reclamar justicia, somos capaces de interesarnos por los problemas públicos no sólo los días de comicios sino también cuando se afectan los grandes valores de la sociedad, como son la seguridad pública y la administración de justicia. Si de la movilización a la que toda la comunidad ha respondido en forma vigorosa y con ánimo alentado surge -como todos esperamos- la evidencia de que las mafias y corporaciones ilícitas nos son indemnes al poder del Estado sino que caen, como es justo, bajo la vigilancia y la corrección de la justicia, se vendría a demostrar que aquellos congresales de 1816 no estaban tan errados. Habrá libertades e independencias inalcanzables, o que no atraen ni interesan a una sociedad moderna, pero no se habrán equivocado al pensar que podíamos organizar el Estado; un Estado con una justicia tan capaz, independiente y eficaz, por lo menos, como la que teníamos en 1816. Eso es lo que la sociedad en general anhela en este Bicentenario tan esperado por todos lo que habitamos en suelo argentino y en especial en el Jardín de la república, cuna de la Independencia.
Por
Jorge B. Lobo Aragón