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¿Hacia el fin del país panfletario?

 

 

El discurso y las lastimosas declaraciones del senador nacional Miguel Angel Pichetto, en oportunidad de votar el proyecto de ley de pago a los holdouts, derogando las denominadas leyes cerrojo y de pago soberano de la deuda, amén de patéticas por su grado de sumisión a la anterior presidente, abren una luz de esperanza respecto de la posibilidad de enterrar para siempre un modelo de país panfletario.

Dijo, en aquella oportunidad, el jefe del bloque del Frente para la Victoria en el Senado de la Nación: “He recuperado la capacidad de pensar, reflexionar y decir lo que realmente pienso. Ya no estoy atado por las obligaciones que me determinaban el hecho de ser gobierno…”

Pensar, reflexionar, discutir, disentir, respetar, aceptar, negociar, ceder… No son sólo verbos en modo infinitivo. Son también acciones que en la Argentina de los últimos doscientos años se practicaron poco, demasiado poco.

Desde tiempos inmemoriales, los argentinos optamos por el caudillismo y por la frase corta, vacía de contenido ontológico, pero -en apariencia- contundente y definitiva.

“Viva la santa Federación… Mueran los salvajes unitarios”; “Que se pierdan cien gobiernos, pero que se salven los principios”; “Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de los de ellos”; “No hay vencedores, ni vencidos”; “Hay que pasar el invierno”; “Perón no viene porque no le da el cuero para venir”; “El que apuesta al dólar, pierde”; “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”; “Con la democracia no sólo se vota: con la democracia, se come, se cura y se educa”; “Síganme, que no los voy a defraudar”; “Hay que meterle bala a los delincuentes”; “El que depositó pesos, recibirá pesos. El que depositó dólares, recibirá dólares”… Y así.

La lista sería interminable y, de continuarla, estas breves reflexiones se convertirían en un muestrario de aforismos vernáculos… Algunos, lamentables.

Pero en la última década, las “frases célebres” (¿célebres?) se convirtieron en el único argumento de conversación entre los argentinos, cuando de temas importantes se trataba. Siempre alentadas desde los atriles oficiales, con el dedo índice levantado, el ceño fruncido y la cadena nacional de radio y televisión lista y a las órdenes..!

Si alguien osaba hablar de los cortes de calles, rutas y puentes, recibía un contundente “no podés criminalizar la protesta social, facho!”.

Si algún ingenuo proponía discutir respecto del aumento de los delitos cometidos por menores de edad, sobre el régimen penal juvenil o la edad de imputabilidad, era escupido con un “ningún pibe nace chorro, gorila!”

Si surgía el tema de la corrupción de ciertos agentes del Estado en una mesa familiar, desde la silla contigua le replicaban “estás viendo, leyendo y escuchando demasiado a la corporación mediática cipaya y vendepatria…”

Si alguien se quejaba de la excesiva propaganda política en las transmisiones de Fútbol para Todos, era aplastado con un “oligarca!!! Mejor estábamos antes no?, con los partidos codificados para unos pocos…”

Frases. Rótulos. Estigmas. Panfletos…

Facho. Cipayo. Gorila. Oligarca. Golpista. Vendepatria…

También acá la lista sería demasiado larga y tediosa. Pero también, triste y miserable.

Si las palabras del senador Pichetto se convierten en realidad para todos y los argentinos logramos volver a pensar, discutir, disentir, respetar y ceder, lograremos abandonar el país panfletario y de las frases hechas, vacías de contenido.

Caso contrario, volveríamos a la Edad Media, donde, para paralizar y estigmatizar al que pensaba distinto, existía la etiqueta de “hereje”, que era sinónimo de cadalso y hoguera. Nosotros supimos reemplazar el hereje medieval por el moderno facho… Con idénticas cualidades e intencionalidades que las utilizadas por la Inquisición (en sentido figurado, claro. En Argentina no existe la pena de muerte…)

Creo que vale la pena intentar el cambio.

 

*Marcelo Carlos Romero es fiscal y miembro de Usina de Justicia

Por

Marcelo Carlos Romero

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