La Discapacidad el derecho a reclamar
Deber de solidaridad
OPINIÓN
Todos estamos obligados a socorrer las deficiencias físicas congénitas o adquiridas, de nuestros semejantes. Es un deber de solidaridad, exigido por la naturaleza. Lo sentimos en forma inexcusable con respecto a nuestros familiares por más que a veces se conviertan en una carga y nos ocasionen esfuerzos, molestias, sacrificios más o menos onerosos. Aun cuando no tengamos responsabilidad sobre la suerte del otro, la religión nos impulsa hacia él por el mero hecho de ser un prójimo con el que nos une la caridad. En el uso corriente la caridad suele confundirse con limosna y así se rebaja a protección humillante la más excelsa de las virtudes, la que mejor expresa el señorío del hombre sobre el dolor y la suerte. Y más allá del plano afectivo, en el de la estricta justicia, la recuperación de los minusválidos es un objeto del bien común, cuya custodia se confía a los gobernantes. La incapacidad para realizar ciertas tareas no les impide asumir otras con la misma eficacia que cualquiera, con lo cual, al mismo tiempo que se recupera un miembro de la sociedad, se beneficia a esta con el aporte de fuerzas antes pasivas o gravosas. La solidaridad con el dicho discapacitado, por lo tanto, no puede circunscribirse al concepto de la beneficencia, ni siquiera cuando lo incluya, pues está ligada al interés público y no es algo que se obtiene pidiendo sino algo que se tiene el derecho de reclamar. Cuando el que recibe da, la idea de favor desaparece. El respeto o todo ataque a la vida ajena inocente – discapacitado -, es un deber primordial que el Estado debe proteger y un principio fundamental de justicia. Se ha recorrido un largo camino, que permitió la superación en el tiempo de algunas denominaciones vejatorias y discriminantes: inválido, incapacitado, impedido y minusválido, ésta última utilizada hasta comienzos del nuevo siglo en la mayoría delos países y aún empleada en muchos de ellos. A nuestro criterio y de acuerdo al texto de las Convenciones hoy vigentes y a otros documentos técnicos recientes, tanto a nivel interamericano cuanto internacional, hoy el lenguaje debe ser otro, centrado en considerar la discapacidad como una cuestión de derechos humanos. A modo de Conclusión hace algunos años el filósofo jurídico italiano Alejandro Baratta, confrontaba con el Presidente de UNICEF que decía “la democracia es buena para los niños”, afirmando “los niños son buenos para la democracia”. Con ello quería significar que al reconocer a los niños como ciudadanos se amplía notoriamente el concepto. La misma significación tiene la inclusión de las personas con discapacidad como sujetos plenos de derecho. Hoy sabemos que la democracia plena, reconoce la diversidad como un valor esencial y que todos los hombres y todas las mujeres somos plenamente iguales en dignidad y derechos.
DR. JORGE B. LOBO ARAGÓN