BICENTENARIO
OPINIÓN:
Al cumplirse el bicentenario de la creación de la Bandera, rindo un homenaje al General Belgrano, y lo ofrezco no sólo porque la mera marcha ineludible del tiempo una vez más nos coloque ante el hecho de un nuevo aniversario, sino por lo que de ejemplar tiene la figura del ilustre general Belgrano.
El gobierno de Buenos Aires, el Triunvirato, gobernaba con mezquino ánimo centralista, con el menguado propósito de defender sólo la pampa húmeda dejando desprotegido el amplio territorio que aquellos días todavía integraba nuestra patria. Las medidas económicas y la prepotencia porteña habían tenido el resultado de que fuéramos rechazados por las provincias altoperuanas, las de población más numerosa e industrial, y ese mismo gobierno porteño alentaba la invasión brasileña sobre la Banda Oriental, una provincia mucho más grande que la floreciente Buenos Aires. Y aquel gobierno ordenaba al general Belgrano que retirara sus tropas hacia el sur, dejando a Tucumán a merced de las tropas realistas. Pero el general oyó los pedidos de la población, comprendió el anhelo de los tucumanos de integrarse en la patria común y adoptó la responsabilidad -tremenda responsabilidad en un jefe militar- de desobedecer al gobierno civil e interpretar según su criterio los altos intereses de la comunidad. Bien hizo en desacatar a aquel gobierno al que pocos días después lo destituirá un grupo de jefes entre los que se destacaría el comandante de los granaderos, coronel José de San Martín.
Han cambiado los tiempos. Y mucho. Ahora la sociedad ya no vería con buenos ojos que el general de un ejército se insubordinara ante la autoridad política en defensa de derechos permanentes y superiores de la sociedad; tampoco se aceptaría que los comandantes de la milicia se conjuren para derrocar un gobierno civil, como ocurriera en Buenos Aires a los pocos días de recibir la noticia del triunfo de Belgrano y de los tucumanos. Han cambiado mucho. Para defender los imperecederos derechos de Tucumán a contar con sus industrias, con sus medios de vida, a no ser sacrificada en una negociación protectora de los intereses portuarios ya no basta con enclavar un facón en la punta de una tacuara, montar a caballo y largarse al combate implorando el amparo de la Virgen. Sí, las circunstancias cambian con los tiempos, y por lo tanto cambian las armas a esgrimir. Pero hay algo que subsiste: el egoísmo de gobiernos insensibles a las necesidades del interior que ven a Tucumán, que ven junto con Tucumán a todo el norte argentino, como una posesión propia cuyo destino puede traficarse en una negociación: “te permito que con tu azúcar subvencionada destruyas el medio de vida de varias provincias argentinas, a cambio de tu benevolencia al tratar los negocios del puerto importador”.
Por eso la conducta de Belgrano sigue siendo un ejemplo que Tucumán necesita. Las armas que él usara al alzarse contra un gobierno de egoísta centralismo ya no son aplicables; pero su criterio de defender con energía a Tucumán, a pesar de las órdenes recibidas, sigue siendo una lección a mantener y a perpetuar.
Las banderas se han originado en el mundo por necesidades guerreras. Diferentes razas, distintos pueblos, huestes enfrentadas han precisado símbolos que convoquen e identifiquen a sus individuos. Una larga evolución, desde los animales sagrados pintados sobre paños con que se reconocían tribus del antiguo Egipto, las águilas persas, los colores de las doce tribus de Israel, las palomas asirias hasta el monograma de Cristo pintado por Constantino en los emblemas romanos.
Una necesidad militar fue también la que le mostró a Belgrano la necesidad de enarbolar bandera propia, que muestre cuáles somos nosotros, de qué lado estamos, cuál es nuestro bando. Pero las banderas en todo el mundo -superando su primitiva función militar- han pasado a representar a las naciones. Todo un pueblo, todo un conjunto de individuos que aceptan una tarea a realizar en común y que aspiran a un común destino, que eso es una nación, se simboliza, se representa por medio de su bandera.
Belgrano enarboló bandera y tenía derecho a hacerlo: aspirábamos a ser nación y estábamos demostrando tener méritos para ese honor. Ahora los argentinos, desunidos, desalentados, parecemos no ser un pueblo capaz de organizarnos adecuadamente. Si a través de muchos años seguimos sin solucionar problemas cruciales, no estaremos mostrando la nación que merecemos y la de enarbolar con orgullo y en unión nuestra bandera nacional.
Las naciones tienen siempre un desafío por delante, la obligación de superar las dificultades que se presenten. Atendamos los reclamos que desde hace tiempo se plantean, les demos las mejores soluciones posibles y, entonces sí, nos sentiremos merecedores de celebrar a la bandera que nos identifica como nación.
La bandera, en sí misma, es una invitación a recordar el pasado, un pasado común, un pasado conjunto, un pasado de nosotros y de nuestros abuelos, que es el pasado de la patria, un pasado con hechos luminosos como fueron las gestas militares y cívicas de nuestros próceres, y también un pasado de dolores, con enfrentamientos entre hermanos, con luchas acerbas, con incomprensiones, con derrotas.
Los dolores, los errores, los desaciertos, los desencuentros, las derrotas, no deben olvidarse nunca, para que nos sirvan de lección que nos enseñe a acertar con el buen camino uniéndonos en la acción común. Triste sería que la patria se viera obligada a repetir siempre las mismas experiencias porque nosotros nos negáramos a asimilar las enseñanzas del pasado. Y al evaluar el pasado, entender que la bandera que nos cobija reúne en sí las mejores tradiciones, que nos empuja a procurar el bien de la patria.
¡Pobre sociedad si sus representantes analizaran los problemas cotidianos sólo con el mezquino ánimo de las ganancias inmediatas, olvidando que somos la continuación de una empresa -una empresa que la bandera resume y simboliza- que tiene un destino a cumplir para alcanzar el bien de sus hijos!
Y ahora como entonces aún podremos contar con el auxilio bienhechor de Nuestra Señora de la Merced, si lo solicitamos con fervor.
Dr. Jorge B. Lobo Aragón